Distinta es la actitud frente a la vida y a las cosas cuando la revelación interna hiere como el rayo.
Siguiendo los pasos lentamente, meditando lo dicho y lo por decir aún, puedes convertir el sin-sentido en sentido. No es indiferente lo que hagas con tu vida. Tu vida, sometida a leyes, está expuesta ante posibilidades a escoger. Yo no te hablo de libertad. Te hablo de liberación, de movimiento, de proceso. No te hablo de libertad como algo quieto, sino de liberarse paso a paso como se va liberando del necesario camino recorrido el que se acerca a su ciudad. Entonces, “lo que se debe hacer” no depende de una moral lejana, incomprensible y convencional, sino de leyes: leyes de vida, de luz, de evolución.
He aquí los llamados «Principios», que pueden ayudar en la búsqueda de la unidad interior."
1) El Principio de adaptación. “Ir contra la evolución de las cosas, es ir contra uno mismo”.
Este Principio, destaca que cuando por anticipado se sabe el desenlace de un acontencimiento, la actitud conrrecta es la de aceptarlo con la mayor profundidad posible, tratando de sacar ventaja aún de lo desfavorable.
Examinar momentos de la vida en los que no tuvimos conocimiento de este Principio y por tanto obramos en contrario, nos ilustrará convenientemente sobre el significado del mismo. Será más interesante aún, reflexionar sobre el momento que estamos viviendo y estudiar las consecuencias de sufrimiento para nosotros y para nuestras personas próximas, en caso de no tener en cuenta el Principio.
Estamos explicando que las cosas a las que no debemos oponernos, son aquellas que tienen un carácter inevitable. Si el ser humano, por ejemplo, hubiera creído que las enfermedades eran inevitables, la ciencia médica jamás hubiera avanzado. Gracias a la necesidad de resolver problemas y a la posibilidad de hacerlo, la humanidad progresa.
Si una persona queda sola en el desierto, ¿es inevitable que muera? Esa persona hará el esfuerzo de encontrar salidas a su situación y, en efecto, encontrará un oasis o bien la encontrarán a ella con más facilidad, si utilizó todos los recursos posibles para hacerse ver a la distancia. Así es que este Principio se asienta en la situación de lo inevitable, para ser aplicado correctamente.
En cuanto a la fábula que ilustra este principio, podemos contarla así:
En una laguna vivía una tortuga llamada “Pescuezo de tortuga" que tenía como amigos a dos gansos salvajes. Entonces, vino una sequía de doce años que dio por resultado estas ideas a los gansos: “Esta laguna se secará. Buscaremos otro pozo de agua. Con todo, debemos despedirnos de nuestra amiga, pescuezo de tortuga".
Al hacer ésto, la tortuga dijo: -Soy habitante de estos lugares y siempre podría encontrar agua, pero vosotros no tendríais suficiente, así es que yo comprendo vuestra partida. No obstante, tendría una vida aburrida. Por consiguiente, debemos partir juntos.
-Somos incapaces de llevarte con nosotros pues eres una criatura sin alas.
-Pero, -siguió diciendo todavía la tortuga- hay un recurso posible. Traigan un palo de madera.
Los gansos hicieron ésto, y la tortuga se sostuvo en el medio del palo con sus mandíbulas y dijo: -Ahora téngalo firmemente con vuestros picos; cada uno de un lado levante vuelo y viaje regularmente por las alturas, hasta descubrir otro lugar deseable en el que podamos vivir los tres.
Pero ellos replicaron: -Hay dos obtáculos en este lindo plan. Primeramente, tu no tienes necesidad de ir a otro lugar, cosa que para nosotros es cuestión de vida o muerte. El palo y tu peso pondrán en peligro nuestro vuelo y por lo tanto a tí misma. Además, si siguiendo tus costumbres te pusieras a charlar, perderías la vida.
-¡Oh! -dijo la tortuga- vosotros necesitais agua y yo compañía estamos pues en la misma situación. En cuanto a mi conversación, desde este momento hago voto de silencio; me quedaré así mientras estemos en el aire.
Los amigos pusieron el plan en marcha, pero mientras llevaban trabajosamente a la tortuga por sobre una ciudad vecina, el pueblo, abajo, notó aquello y se levantó un murmullo confuso cuando algunos preguntaron: “¿Qué es ese objeto semejante a un carro, que dos pájaros llevan por el espacio? Tal vez sea algún maharajá o acaso otro ser poderoso".
La tortuga recordando las piedras que los niños arrojaban sobre ella en la laguna, quiso mostrar al pueblo que ahora volaba y gritó entonces orgullosamente:
- ¡Soy yo, Pescuezo de tortuga!
Apenas habló, la pobre perdió su sostén, y cayó al suelo. Y la gente que deseaba su carne, la cortó en trozos y se la comió.
Examinar momentos de la vida en los que no tuvimos conocimiento de este Principio y por tanto obramos en contrario, nos ilustrará convenientemente sobre el significado del mismo. Será más interesante aún, reflexionar sobre el momento que estamos viviendo y estudiar las consecuencias de sufrimiento para nosotros y para nuestras personas próximas, en caso de no tener en cuenta el Principio.
Estamos explicando que las cosas a las que no debemos oponernos, son aquellas que tienen un carácter inevitable. Si el ser humano, por ejemplo, hubiera creído que las enfermedades eran inevitables, la ciencia médica jamás hubiera avanzado. Gracias a la necesidad de resolver problemas y a la posibilidad de hacerlo, la humanidad progresa.
Si una persona queda sola en el desierto, ¿es inevitable que muera? Esa persona hará el esfuerzo de encontrar salidas a su situación y, en efecto, encontrará un oasis o bien la encontrarán a ella con más facilidad, si utilizó todos los recursos posibles para hacerse ver a la distancia. Así es que este Principio se asienta en la situación de lo inevitable, para ser aplicado correctamente.
En cuanto a la fábula que ilustra este principio, podemos contarla así:
En una laguna vivía una tortuga llamada “Pescuezo de tortuga" que tenía como amigos a dos gansos salvajes. Entonces, vino una sequía de doce años que dio por resultado estas ideas a los gansos: “Esta laguna se secará. Buscaremos otro pozo de agua. Con todo, debemos despedirnos de nuestra amiga, pescuezo de tortuga".
Al hacer ésto, la tortuga dijo: -Soy habitante de estos lugares y siempre podría encontrar agua, pero vosotros no tendríais suficiente, así es que yo comprendo vuestra partida. No obstante, tendría una vida aburrida. Por consiguiente, debemos partir juntos.
-Somos incapaces de llevarte con nosotros pues eres una criatura sin alas.
-Pero, -siguió diciendo todavía la tortuga- hay un recurso posible. Traigan un palo de madera.
Los gansos hicieron ésto, y la tortuga se sostuvo en el medio del palo con sus mandíbulas y dijo: -Ahora téngalo firmemente con vuestros picos; cada uno de un lado levante vuelo y viaje regularmente por las alturas, hasta descubrir otro lugar deseable en el que podamos vivir los tres.
Pero ellos replicaron: -Hay dos obtáculos en este lindo plan. Primeramente, tu no tienes necesidad de ir a otro lugar, cosa que para nosotros es cuestión de vida o muerte. El palo y tu peso pondrán en peligro nuestro vuelo y por lo tanto a tí misma. Además, si siguiendo tus costumbres te pusieras a charlar, perderías la vida.
-¡Oh! -dijo la tortuga- vosotros necesitais agua y yo compañía estamos pues en la misma situación. En cuanto a mi conversación, desde este momento hago voto de silencio; me quedaré así mientras estemos en el aire.
Los amigos pusieron el plan en marcha, pero mientras llevaban trabajosamente a la tortuga por sobre una ciudad vecina, el pueblo, abajo, notó aquello y se levantó un murmullo confuso cuando algunos preguntaron: “¿Qué es ese objeto semejante a un carro, que dos pájaros llevan por el espacio? Tal vez sea algún maharajá o acaso otro ser poderoso".
La tortuga recordando las piedras que los niños arrojaban sobre ella en la laguna, quiso mostrar al pueblo que ahora volaba y gritó entonces orgullosamente:
- ¡Soy yo, Pescuezo de tortuga!
Apenas habló, la pobre perdió su sostén, y cayó al suelo. Y la gente que deseaba su carne, la cortó en trozos y se la comió.
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