La "fuga" social se expresa en la ritualización de elementos periféricos y que no hacen a lo esencial de la actividad humana. Se ritualiza el deporte, el sexo, el juego, la moda, la música. Todos esos elementos cobran valor de fetiche, como si en ellos estuviera el poder de resolver conflictos internos.
La conciencia no está en condiciones de estudiar los problemas que se presentan, sino que tiende a superarlos sin resolverlos mediante la relación con el fetiche. A ese estado de conciencia, como ustedes saben, lo designamos "conciencia emocionada".
Es totalmente inútil tratar de explicar a alguien que se encuentre en esa situación, qué está sucediendo en su conciencia. Cualquiera argumentación racional que se le trate de presentar será fácilmente descartada y, a la vez, reinterpretada de un modo singular, pero sin atender a ella en profundidad.
Veamos ahora: si lo que venimos expresando encuentra en alguno de ustedes esa barrera de la conciencia emocionada, las explicaciones que se dan no podrán ser captadas razonablemente... ¿No están algunos discutiendo internamente lo que decimos, en lugar de tratar de entenderlo? Avancemos un poco.
¿No han observado que cuando en ustedes existe alguno de esos fetiches, todas, o muchas de sus actividades, tienden a girar en torno a él? ¿Que ese fetiche se constituye en una suerte de centro de gravedad artificial? ¿Y que el desgaste de esa fe hacia él, a la larga, deja finalmente la experiencia de un amargo vacío? ¿No han comprobado que la pérdida de fe se experimenta como desilusión?
Pues bien, lo que sucede a nivel social en épocas críticas, sucede cotidianamente en la conciencia de todo ser humano. Que en estas épocas ciertos fenómenos se acentúen, no excluye que en todo momento la mente humana ritualice, proyecte y se ilusione.
Todos conocerán, por propia experiencia, esa sucesión de imágenes propia de la vida cotidiana, en el momento en que un estímulo externo la desencadena. El fantaseo, o el "soñar despierto", no son fenómenos raros, sino que son naturales y corresponden al estado de vigilia ordinaria. Normalmente, en esas imágenes, puede descubrirse un tono común a todas ellas; un mismo trasfondo emotivo.
Particularmente en situaciones opresivas o de cansancio, estas imágenes tienden a fortalecerse. Ahora bien, si los mencionados ensueños cuentan con tal vigor como para ocultar y superponerse a la realidad (y esto es cosa de todos los días), ¿qué no habrá de suceder cuando un determinado ensueño se fija y fortalece hasta tal punto que las actividades personales y los íntimos deseos están directamente ligados a él?
No creo que se les escape la relación entre las ilusiones sociales que fetichizan determinados objetos y los simples ensueños cotidianos. En ellos dos, existe en función el mismo mecanismo de fuga y de trasfondo emocionado.
Algunos buenos observadores habrán captado que el deseo de realizar determinados ensueños de ese tipo ha orientado en ocasiones una pretendida vocación que luego fracasó. Aspiraciones que no pudieron ser cumplidas, actividades que se frustraron al desgastarse su motivación. No es éste el momento adecuado para intentar una explicación del mecanismo de los ensueños, pero, a mi ver, deberían tenerse muy en cuenta sus realidades personales y su proyección social y advertir que hasta podría esbozarse una descripción conductual en base a la actividad del ensueño.
Cuando en otra ocasión hemos dicho que nuestra doctrina es para los fracasados y no para los triunfadores, hemos aludido precisamente a este punto central. Aquellos que están ilusionados en sus fetiches salvacionistas (sean sociales o personales), aquellos que tienen una fe, o los que creen que poseen y no han fracasado en sus expectativas, poco pueden comprender de esto que se está explicando.
No se trata por cierto de crear una desilusión artificial, tan falsa como su opuesta, se trata de atender a una necesidad vital muy profunda, que no puede ser saciada por los falsos ídolos, tengan éstos el signo que tengan.
Cuando nosotros hablamos de lo ilusorio de la percepción, de lo ilusorio de la percepción de la realidad, no nos preocupamos tanto por destacar que, en efecto, los objetos en sí no corresponden a lo que se perciba de ellos, ya que cada sentido recibe sólo una franja singular de datos del mismo objeto. Esto es evidente. Como es evidente también que la estructura última del fenómeno no está al alcance de nuestros órganos de percepción. No es esto lo importante en lo que hace a la aprehensión ilusoria de la realidad, sino sobre todo, la presencia del ensueño que cubre a la misma percepción.
Aclarado esto, volvamos a nuestro problema. Nosotros entendemos al ensueño como un fantaseo variable, aunque conectado con toda una constelación que compensa las deficiencias de situación. Todo ensueño está teñido por un tono emotivo que, individualmente y cuando el ensueño es secundario, pasajero, no es muy fácil de advertir. Sí lo es, en cambio, cuando este ensueño se proyecta sobre un determinado objeto, se fetichiza, como en el caso, de la conciencia emocionada, individual o colectiva. Ahora bien, el ensueño aparece como respuesta de la memoria a los nuevos estímulos y las diversas asociaciones que se movilizan en la ensoñación, pueden manifestarse gracias a estar grabadas por experiencias anteriores.
Así es que toda nueva percepción será completada por la movilización de las percepciones viejas, que en lugar de rejuvenecer a la conciencia, robustecerá el antiguo tronco de la forma mental ya elaborada. Esta forma mental puede ser identificada, aunque sólo provisoriamente, con el núcleo de ensueño. El núcleo de ensueño se manifiesta como respuesta de estructura general y difundida, a estímulos particulares. El núcleo de ensueño es mas bien un tono, un clima, un trasfondo de la conciencia, más que una imagen, como puede ser la de cualquier ensueño secundario. Este núcleo posee cierta fijeza y es el que rige los ideales, las aspiraciones y las ilusiones generales, en cada etapa de la vida humana.
Cuando el núcleo se desgasta, se producen variaciones importantes de personalidad. Pero mientras esto no sucede, la forma de ver el mundo y de encarar la vida, se mantiene en la misma línea y los quehaceres cotidianos son alimentados por esa ilusión de trasfondo.
El núcleo de ensueño puede ser comprendido también como la compensación de la deficiencia básica de la personalidad en cada etapa vital. Existe un núcleo general para cada etapa vital a partir del cual cada individuo lo matiza con características particulares. El cambio sicosomático de la niñez a la juventud, de ésta a la madurez, etc., es acompañado por el cambio de núcleo. Este puede evolucionar normalmente, según las etapas propias de la edad, pero puede también fijarse en un momento de la vida, aumentando la desconexión entre el individuo y su ambiente con el correr del tiempo. Puede haber regresiones de núcleo o desplazamientos accidentales. En estos dos casos se observan cambios de personalidad.
Mientras el núcleo permanece fijo y orienta a la propia vida en una dirección, es inútil todo intento que se realice en dirección opuesta. Al contrario, se refuerza su acción. Por otra parte, nunca faltan superestructuras que pueden justificar, más o menos racionalmente, toda actividad regida, en verdad, por el núcleo en cuestión.
Así es que, aparte de los ensueños que impiden percibir limpiamente la realidad, está ese núcleo, ese tono interno creador de ilusiones, que impide una visión nueva del mundo y de uno mismo.
Cuando el fracaso de los proyectos se patentiza, cuando la desilusión se hace presente, puede uno tal vez estar en condiciones de aprender con sentido nuevo.
Veamos ahora la otra cara del ensueño. Este puede mantenerse con firmeza y orientar nuestras actividades hacia su espejismo, alimentando nuestros deseos y nuestras emociones en esa dirección. Pero este deseo que alimenta el ensueño difícilmente es cumplido, resultando siempre de ello la insatisfacción y el dolor. Si el ensueño pudiera ser satisfecho como sucede en ocasiones, traería sus consecuencias placenteras en ese momento, quedando luego vacío de significado. Efectivamente, el cumplimiento del ensueño trae placer y aunque el logro de ese placer provoque mil inconvenientes, se acomete la tarea para obtener ese resultado.
En ese deseo de apoderarse del espejismo está, precisamente, la raíz de todo dolor y de todo sufrimiento. Hemos distinguido en otra ocasión entre el sufrimiento físico y el sufrimiento mental. El primero puede ser combatido y cada vez con mayor eficacia según progrese la ciencia y la civilización. El segundo en la medida en que avance la autocomprensión del ser humano. Es un buen paso de autoconocimiento reconocer la distorsión que hacen los propios ensueños de la realidad, descubrir una suerte de núcleo ilusorio que nos orienta en una dirección y finalmente comprender, de raíz, que el deseo de obtener placer lleva al sufrimiento, aún cuando el placer se haga efectivo provisoriamente.
Estamos hablando de comprender, no de negar o de modificar situaciones. Recalco esto último porque me parece de capital importancia. No estamos explicando las formas de solucionar estos problemas, sino tratando de comprenderlos; destacando que sólo una adecuada inteligencia de estos asuntos nos permitirá avanzar.
Sucede sin embargo que, en esta altura histórica, se suele esperar respuestas a los problemas sin haberlos comprendido ni medianamente. Una sociedad exitista que busca resultados sin atender a la comprensión, no puede lograr más que la acentuación de conflictos y dolores.
No es bueno aconsejar a la gente que imprima un movimiento a su vida opuesto al sentido de sus ensueños. Esto, además de no traer solución, agrava las cosas. Se trata de estudiar simplemente los ensueños y la dirección que tienen. Se trata de descubrir en los propios deseos y en la búsqueda de la felicidad, la fuente del dolor.
Comprobarían la estructura de sus ensueños y verían la rueda del deseo girando de continuo hacia el placer y el dolor.
Baste con advertir que: ni el esfuerzo mental, ni la autoflagelación moral de las religiones, ni el sufrimiento, ni el sacrificio o la renuncia voluntaria a lo hermoso de esta vida, logran la liberación. Todo lo contrario. Generan encerramiento, cerco mental, fanatismo, intolerancia e inflexibilidad intelectual.
¿Qué es entonces meditar, para nosotros?
Meditar es: aprender a ver a través de la ilusión del ensueño, es comprender la raíz del deseo, del temor, del sufrimiento, es liberarse y liberar.
No hablamos hoy de meditación trascendental, que es un tema especializado. Hablamos de la simple y llana meditación que no requiere posturas, ritos, sacrificios o renuncias. La simple meditación comienza en cualquier momento. Ahora mismo, cuando advierto cómo las imágenes y los ensueños impiden que perciba claramente la realidad. Cuando descubro que mis motivaciones están por debajo de los argumentos y cuando veo que mi vida es dirigida por la ilusión.
Yo no medito cuando trato de solucionar mis problemas. Yo medito cuando me doy cuenta perfectamente de ellos. Cuando los formulo correctamente.
Se me dirá: "Pero en la práctica, ¿cómo hago para meditar?"
Tal vez usted pueda con toda simpleza, sin esfuerzo, atender a lo que lo rodea, pero sin cubrirlo de ensoñación. No se trata de violentarse internamente. Se trata de aprender a ver por vez primera.
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